Es el ser, no el hacer
Por Alma Bilbao
Hay quienes defienden la obsesión como motor del progreso. Hablan de romper límites cada semana, de mejoría constante, de esa urgencia expansiva que caracteriza a la construcción de compañías. Y es cierto que hay algo hermoso en esa intensidad, en la capacidad de sostenerse en la tensión de llegar más lejos. Pero cuando se mira con detenimiento qué hay detrás de esa obsesión, aparecen preguntas que merecen atención.
Los referentes suelen ser siempre los mismos: Thiel, Musk, Bezos, Buffett, Zuckerberg. Hombres que construyeron imperios mientras transformaban ecosistemas enteros, mientras modelaban poblaciones a través de algoritmos que ellos mismos admiten no entender completamente. Se celebra que los tecno oligarcas lean 122% más que el promedio, pero pocas veces se pregunta qué leen, cuáles son sus límites morales y en qué se convierte una mente cuando la obsesión la ha vaciado de cualquier cosa que no sea acumular.
El escritor francés Emmanuel Carrère escribe algo central:
“La meditación es despegarte de tu identidad. La meditación es descubrir que eres otra cosa que lo que dice sin cesar: ¡yo!, ¡yo!, ¡yo! La meditación es descubrir que eres otra cosa que tu ego.”
Ahí está la grieta. Cuando alguien vive en obsesión productiva, cuando cada célula está calibrada para hacer, para producir, para romper récords, el yo se fusiona completamente con lo que hace. El hacer se vuelve una droga que necesita dosis cada vez más altas para justificar el ser.
Eckhart Tolle plantea que el ego se alimenta del tiempo, de la narrativa, del futuro. El ego vive en la aceleración porque la aceleración es su sustancia. Mientras alguien se obsesiona con LinkedIn, con métricas y facturación, el ego está en su gloria, convencido de que eso que brilla es quien realmente es. Pero las tradiciones orientales que han existido milenios susurran algo diferente. La ilusión de Maya sugiere que aquello que cambia, que se agita, que produce ruido en las redes, no necesariamente tiene peso.
Cuando se habla de “bucles de dopamina” que se refuerzan con cada pequeño avance, se está describiendo acondicionamiento. El cuerpo aprende a buscar esa droga microscópica una y otra vez. Una forma de esclavitud tan efectiva que la persona termina creyendo que es libertad. Carrère lo dice así:
“La meditación es no juzgar. La meditación es prestar atención. La meditación es estar al corriente de que los demás existen.”
Cuando alguien se obsesiona hasta el delirio, los demás dejan de existir. O existen de forma instrumental: el equipo como extensión de la capacidad de facturar, los amigos como distracciones, la familia como validadora del éxito.
La “pasión armónica” (cuando el trabajo se alinea con la identidad de manera autónoma) podría ser un oxímoron disfrazado. Si existe una alineación tan profunda que obsesiona sin esclavizar, ¿acaso la identidad no se volvió indistinguible del hacer? El ego gana el juego, pero juega tan bien que convence a la persona de que ganó ella.
Existe otra forma de vivir. Reconocer que la vida sucede en el presente inmediato, que la mayoría del éxito visible es vanidad disfrazada de construcción, que la startup más valiosa deja de serlo en tres meses para ser reemplazada por otra. Mientras tanto, el cuerpo envejece. La salud se erosiona. Las relaciones se vuelven transaccionales. El silencio genera ansiedad porque el ego necesita ruido.
Carrère escribe: “La meditación es no añadir nada. Ya está.” Esa frase describe un espacio que la obsesión nunca habita. Para llegar ahí, hay que dejar de creer que el valor aumenta con lo que se produce. Hay que tocar una verdad incómoda: que los billonarios citados como ejemplos, con toda su obsesión y automatización cerebral, todavía tienen miedo. Todavía sienten el síndrome del impostor. Todavía necesitan más.
La obsesión promete libertad a través de la maestría. Lo que entrega es dependencia a través de la validación. Hay quienes cuentan plata levantada y revenue generado.
Otros cuentan amaneceres sin urgencia, conversaciones sin agenda y consideran que la existencia es valiosa en sí misma, sin métrica que la valide. Lo que unos llaman estancamiento, otros lo llaman paz. Lo que unos llaman conformismo, otros lo llaman claridad. Lo que unos llaman falta de ambición, otros lo llaman haber entendido dónde está el problema.
¿Quién mide su vida en términos de productividad?






Denso pero es un punto interesante para reflexionar que rige y que mide nuestra vida? Que es lo realmente valioso?
🙏🏻